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ZX CV Porque dices? que cursi es este momento, cuando mi tiempo pierdo en estos versos, ya no tengo tiempo, ni me deleito de lo que ayer me pareció un instrumento, un instrumento que me ayudo a enamorarme del que me quito mi aliento, pues me fijo y ya no siento interés de lo que aprecio.
Que cursi ahora me siento leyendo estos cuentos que como arrebataron ya no ciento lo que ayer fue mi fuego. Qué triste es este sentimiento que cuan alegre ayer sin tormento me deleitó tu sentimiento, cuando expresabas tus deseos, que nos falto si quiera un momento de conocernos antes de tiempo, pues quizás te enamoraste de mi rostro bello y fresco, mas no dejaste que tu corazón siniestro ahondara mas en mi intelecto. No me diste tiempo de demostrarte cuan dama soy en mi aposento. Que sutil es el amor cuando de físico se trata más allá de eso ciento que me desgaste en anhelarte. Pues perdí mi tiempo por que como mujer me tratas, mas no te dignaste a apreciar mi sutil y delicada fama.Como círculo vicioso ya no creo en nada, pues tu me lo contaste que una vez a ti te pasaba, que una mujer de ti se burlaba, por ello a mi me menospreciabas ya que tus sentimientos fueron apocados por quien no se digno de conocer tu buen corazón cuando aun fresco y sano estaba.Ya somos dos y quizás la que te lastimo por lo mismo andaba, quizás ella herida como a mí me pasa, ya no cree en nada y por ello anda lastimando, y dejando la huella de quien no quiere nada.Quizás el perdón y la distancia nos ayude a mejorar la estima, por que no podemos seguir como el que nada rio arriba, pues tarde que temprano, nos podría ir peor, sin talento y sin quien nos escriba, son versos o sonatas, que de mi corazón herido, siguen sin sabor, destilando hiel y buscando a quien herir con mi versos que ya no riman.
Versículos Bíblicos: Aliento
Algunos versículos bíblicos que nos animan a estar alegres y confiados.El corazón alegre hermosea el rostro;
mas por el dolor del corazón el espíritu se abate.
Proverbios 15:13
El corazón alegre constituye buen remedio;mas el espíritu triste seca los huesos.
Proverbios 17:22
Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz.
En el mundo tendréis aflicción;
pero confiad, yo he vencido al mundo.
Juan 16: 33
Por tanto, oh varones, tened buen ánimo;
porque yo confío en Dios que será así como se me ha dicho.
Hechos 27:25
Esforzaos y cobrad ánimo;
no temáis, ni tengáis miedo de ellos,
porque Jehová tu Dios es el que va contigo;no te dejará, ni te desamparará.
Deuteronomio 31:6
Se alegrará el justo en Jehová, y confiará en él;
y se gloriarán todos los rectos de corazón.
Salmos 64:10
... Alégrese el corazón de los que buscan a Jehová.
Salmos 105:3
... A quién amáis sin haberle visto, en quién creyendo,
aunque ahora no lo veáis,
os alegráis con gozo inefable y glorioso...
1 Pedro 1:8
Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento,
guardará vuestros corazones y pensamientos en Cristo Jesús.
Filipenses 4:7
Esforzaos todos vosotros los que esperáis en Jehová,
y tome aliento vuestro corazón.
Salmos 31:24
...no os entristezcáis,
porque el gozo de Jehová es vuestra fuerza.
Nehemías 8:10
Estad siempre gozosos. Orad sin cesar.
Dad gracias en todo,
porque esta es la voluntad de Dios
para con vosotros en Cristo Jesús.
1 Tesalonicenses 5:16-18
Aunque la higuera no florezca,
ni en las vides haya frutos,
aunque falte el producto del olivo,
y los labrados no den mantenimiento,
y las ovejas sean quitadas de la majada,
y no haya vacas en los corrales;
con todo, yo me alegraré en Jehová,
y me gozaré en el Dios de mi salvación.
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ABRE MIS OJOS,
PARA QUE VEA
Dios está extendiendo su mano para tocar los corazones de sus
hijos, porque quiere unir sus espíritus con el suyo, para soplar en ellos la
renovadora vida de su Espíritu Santo. “Bienaventurados los de limpio corazón”,
sanados son sus espíritus, libres son para reír y bailar mientras pasan por la
vida, disfrutando de Dios y de la plenitud de su creación. Libres son para amar
a los hermanos; libres son para amarse a sí mismos. “¡Bienaventurados los de
limpio corazón, pues ellos verán a Dios!” (Mt. 5:8).
Si tener un
corazón puro, sano y libre implica ver a Dios, entonces ¿qué significa hacer
eso? ¿Dónde puedo mirar para encontrarle? ¿Dónde puedo verle? La Biblia ofrece
un abanico increíble de respuestas a estas preguntas.
En una visión
Una mañana, el
siervo del profeta Eliseo vino a despertarle con unas noticias aterradoras: “Un
gran ejército de caballos y carros nos han rodeado durante la noche. El enemigo
sabe donde estamos y seguro que no escaparemos. ¡Ay de nosotros! ¿Qué haremos?”
¡Vaya manera de empezar el día! ¡Ay, sin duda! ¿Sabe usted que esa hubiera sido
una buena mañana para preguntarse dónde está Dios? Sería comprensible que
Eliseo no hubiera visto a Dios en aquellas circunstancias.
¿Pero cuál fue
la respuesta del profeta (“vidente”)? “Oh Señor, te ruego que abras sus ojos
para que vea. Y el Señor abrió los ojos del criado, y miró, y he aquí que el
monte estaba lleno de caballos y carros de fuego alrededor de Eliseo” (II Reyes
6:17). En un momento, la perspectiva del criado fue cambiada, en un momento el
temor pasó a ser fe, la duda pasó a ser esperanza, la depresión pasó a ser
emoción. ¿Por qué? ¡porque vio a Dios!
Imagine por un
momento al amado apóstol, entrado en años, encadenado y en exilio en la isla de
Patmos. Jesús había prometido que volvería, pero habían pasado años y no había
sido liberado. Juan había dado su vida para seguir a su maestro y, a cambio,
ahí estaba solo, lejos de su hogar y sus amigos, en prisión. En las mismas
circunstancias, ¿no cree usted que se hubiera preguntado qué estaba ocurriendo?
¿Comenzaría a dudar de que Dios estaba realmente en control?
Pero, ¿cuál fue
la reacción de Juan? “Después de esto miré, y vi una puerta abierta en el
cielo; y la primera voz que yo había oído, como sonido de trompeta que hablaba
conmigo, decía: Sube acá y te mostraré las cosas que deben suceder después de
éstas. Al instante estaba yo en el Espíritu, y vi un trono colocado en el
cielo, y a uno sentado en el trono” (Ap. 4:1,2). Cuando Juan miró, vio a Dios
en el trono, reinando aún, todavía en control, incluso en medio del
encarcelamiento, el exilio y la soledad.
Sin duda que
había apóstoles sentados por ahí cerca que no veían a Dios; seguro que otros
prisioneros y guardas veían sólo las cadenas, los barrotes y los gruesos muros
de la prisión. ¿Por qué Juan fue capaz de ver cuando otros no pudieron? Parte
de la respuesta se encuentra en las palabras: “Miré”. Si vamos a ser personas
que van a ver a Dios, algo que debemos hacer es mirar con los ojos de nuestro corazón, en fe, esperando verle a Él
y sus movimientos en nuestras vidas y circunstancias.
Esteban fue otro
discípulo que podía haberse enojado con Dios. Esteban también había dado su
vida para Cristo y para el servicio de su Cuerpo. ¿Qué obtuvo a cambio? La
ejecución apedreado. Él podía haber mirado al “desastre” que vino sobre él y
haber dado puñetazos debido a su enojo con Dios; podía haber caído ante la duda
y la desesperación. No era posible que Dios estuviera reinando, o de lo
contrario, eso no le hubiera ocurrido a él.
En vez de eso,
Esteban mantuvo su corazón puro, y “lleno del Espíritu Santo, fijos los ojos en
el cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús de pie a la diestra de Dios; y dijo:
“He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre de pie a la diestra de
Dios” (Hechos 7:55,56). Dios todavía estaba en control. Jesús todavía le amaba
y estaba esperando su llegada a la gloria.
Una de las
palabras del Antiguo Testamento para profeta era “vidente”, refiriéndose a su
capacidad de ver en el mundo espiritual. Cristo abrió el velo para que en el
Nuevo Pacto todos nosotros podamos ver lo que sólo unos pocos pudieron apenas
vislumbrar en el pasado. Como videntes, podemos ver más allá de lo que es obvio
para nuestros ojos naturales, para ver lo que es igualmente obvio en el mundo
espiritual. Nosotros vemos más allá de la realidad física, la realidad
espiritual más profunda que queda por debajo de todo ello.
En su creación
No solo podemos ver a Dios en el mundo espiritual, sino que
también podemos verle claramente en el mundo que ha creado. “Porque desde la
creación del mundo, sus atributos invisibles, su eterno poder y divinidad, se
han visto con toda claridad, siendo entendidos por medio de lo creado, de
manera que no tienen excusa” (Rom. 1:20).
La gloria de Dios es revelada en los rayos del sol y en la lluvia,
en los árboles y las nubes, en la hierba y las flores, en el verano y el
invierno. No todos ven a Dios en la naturaleza; uno puede mirar al caer de la
lluvia y gruñir: “Yo quería que hoy brillara el sol. ¿Por qué tuvo que ocurrir
esto? ¡Odio la lluvia!” Para otro, el brillo del sol es demasiado caliente y lo
único que hace es aumentar la carga de su trabajo. Al mismo tiempo, para los
que miran, para los que quieren vera a Dios: “Sus atributos invisibles, su
eterno poder y divinidad” se pueden ver en todo lo que él ha creado.
En toda la materia
Yendo un paso
más allá, no solo podemos ver a Dios en la belleza y poder de la naturaleza,
sino que también podemos verle en cada molécula de toda la materia. “... y en
Él todas las cosas permanecen” (Col. 1:16,17). Incluso la materia está viva,
infundida del poder y vida del Dios Todopoderoso. Él es la fuerza que mantiene
todas las moléculas unidas; por tanto, cuando yo sostengo este libro en mis
manos, puedo sentir el poder de Dios en él; no quiero decir que Dios sea la
materia, pues esto es panteísmo, ya que, obviamente, Dios es mucho más grande
que este pequeño libro, Él es el creador de todo, pero toda la materia está infundida de Dios.
¿Se acuerda de
lo que dijo Jesús cuando los fariseos intentaron callar a sus discípulos cuando
cabalgaba hacia Jerusalén? “Os digo que si estos callan, las piedras clamarán”
(Lc. 19:40). Inanimadas como son, incluso las piedras podrían ser usadas para
alabar al Rey.
En el crecimiento espiritual
Tendemos a
pensar que somos responsables de nuestro crecimiento espiritual, pero Dios dice
que “Por obra suya estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual se hizo para
nosotros sabiduría de Dios, y justificación, y santificación, y redención” (I
Cor. 1:30). El crecimiento espiritual conlleva una justicia creciente en
nuestro diario vivir y una mayor santificación o separación de nuestras vidas
del pecado. Yo puedo intentar hacer esto por mis propios esfuerzos pero serían
sólo obras muertas, independientes de Cristo. El verdadero crecimiento
espiritual es el crecimiento de Cristo dentro de mí. Yo crezco en justicia
permitiéndole obrar por medio de mí. No es mi responsabilidad santificarme a mí
mismo, sino mi respuesta a su capacidad para hacerlo (I Tes. 5:23,24). Así que,
incluso cuando miro a mi propia vida, puedo ver a mi Dios trabajando.
En las circunstancias
Cuando las cosas nos van bien, es fácil ver
la mano de Dios obrando en nuestra vida. Cuando el jefe nos da un aumento, el
auto marcha bien, los hijos se portan bien y nuestra esposa cocina nuestra
comida favorita, qué alegremente decimos: “¡Dios es tan bueno! ¡Su mano está
sobre mi vida!” Pero ¿qué ocurre el día que nos despiden del trabajo, se nos
rompe el auto (¡otra vez!), los niños se pelean, o peor aún, se han ido de la
casa para comenzar una vida que no podemos ni verla, nuestras esposas nos
informan que necesitan “más espacio para encontrarse a sí mismas” y toda
nuestra vida parece arruinada a nuestro alrededor? ¿Podemos todavía ver a Dios?
¿Dios sigue siendo bueno? ¿Todavía está su mano sobre nuestras vidas? En las
tragedias de la vida, ¿aún puede usted creer que Cristo “obra todas las cosas
conforme al consejo de su voluntad” (Ef. 1:11) y aún más, que Él “hace que
todas las cosas cooperen para bien” (Rom. 8:28)?
La nación estaba
en guerra; la ciudad estaba sitiada. Los meses pasaban sin provisiones, y el
hambre estaba creciendo. Las madres se volvían locas a la hora de dar de comer
a sus hijos. ¿Podría haber unas circunstancias peores? ¿Podía Dios estar
cuidando de una nación que era su Novia? ¿Era posible que Él hiciera que el
horror de la guerra de alguna manera obrara para el bien de su pueblo?
“Sí,” el profeta Jeremías dijo: Sí, la mano de
Dios está todavía sobre ustedes. Sométanse al enemigo, porque Dios usará todo
lo que viene sobre ustedes para purificar y limpiar nuestra nación. Un
remanente saldrá, y por medio de este remanente vendrá la salvación del mundo.
Aunque la maldad parecía descontrolada, a la vez veo que Dios todavía está en
el trono.
En todo
“Porque en Él vivimos, nos movemos y existimos...” (Hech. 17:28). El limpio de corazón ve a Dios en
el mismo aire que respira. Siente su fuerza en cada músculo de su cuerpo,
Cristo es el centro y circunferencia de todo. “Cristo lo es todo en todo...” (Col. 3:11). Él “lo llena todo” (Ef. 1:23).
Pero ¿cómo podemos ver a Dios de todas estas formas? Cuando mi
corazón está quebrantado, mi fe es sacudida, mi fuerza se ha ido, ¿cómo puedo
verle? Sólo a través de la revelación. Sólo por la gracia de Dios podemos ver
control en medio del caos, amor en medio de la desesperación, y gozo en medio
de la pena. Debemos acudir a Él, vaciar todos nuestros propios esfuerzos y orar
para que los ojos de nuestro corazón sean iluminados para que podamos saber
(Ef. 1:17, 18). Esta se convierte en nuestra oración constante, ver de forma
diferente de lo que el mundo o nuestra carne ve, para ver con los ojos de
nuestro corazón la realidad del mundo del Espíritu.
David oraba:
“Abre mis ojos para que vea...” (Sal. 119:18). Los ojos físicos de David no
estaban ciegos. Él podía leer las palabras de las Escrituras, pero no podía ver, pues sus ojos espirituales estaban
cegados por la duda o el temor o el pecado, y sólo el poder del Espíritu pudo
limpiar su corazón y abrir sus ojos espirituales.
Para los dos
discípulos que iban por el camino de Emaús, la vida había perdido todo su
significado (Lc. 24:13-35). La tragedia les había sacudido, Jesús había sido
crucificado, la maldad había triunfado, el amor sanador había dejado de fluir,
y la vida ya no tenía propósito. Ya no podrían volver a ver a Dios, estaban
“separados de Cristo, sin esperanza y sin Dios en este mundo” (Ef. 2:12).
Mientras ellos caminaban por el largo camino a casa, iban discutiendo el
terrible desastre que les había acontecido. Quizá discutían su desánimo y
desilusión; después de todo, ellos pensaban que el Mesías que había venido era
quien les iba a librar de la opresión. Habían dejado sus hogares y sus familias
para seguirle. Pensaban que iba a ser maravilloso, pero en vez de eso todo se
volvió doloroso. No había ningún Mesías, tan sólo vacíos años perdidos que
siguieron a un sueño deseable.
De repente, “Jesús mismo se acercó, y comenzó a viajar
con ellos, pero sus ojos no podían reconocerle”. Cuántas veces ocurre lo mismo con nosotros.
Jesús está ahí mismo a nuestro lado, queriendo confortarnos y sanarnos, pero
nuestros ojos están cegados por el quebranto interior. Y Jesús les dijo a los
dos discípulos: “¿De qué hablabais?” Por supuesto que Jesús sabía de lo que
estaban hablando, ya que Él conoce todas las cosas, pero entonces, ¿por qué lo
preguntó? Porque quería que salieran de sí mismos, que expresaran los
pensamientos de sus corazones. A menudo Jesús hará lo mismo cuando dialoguemos
con Él; nos hará preguntas y querremos responder: “Pero tú sabes la respuesta
de esto, ¿por qué me lo preguntas?” Pero el comienzo de nuestra sanidad viene
cuando derramamos nuestros corazones ante Dios. No tenga temor o vergüenza de
sacar todas sus preguntas e inquietudes, dudas y temores, pues no le
sorprenderá ni le ofenderá, antes bien, Él quiere que usted saque cada cosa
negativa de su corazón para que Él pueda tocarlas y cambiarla por gloriosos
positivos.
Pero los
discípulos no reconocieron que era Jesús quien les preguntaba qué era de lo que
estaban hablando, y respondieron: “¿Eres tú el único en Jerusalén que no sabe
las cosas que han acontecido aquí en estos días?” ¡Él era el único que
realmente SABÍA lo que había
ocurrido! Todos los demás sólo vieron lo que ocurrió en el mundo físico, pero
Jesús sabía cómo el mundo físico se entrelaza con el espiritual, cómo los
acontecimientos en uno tienen respuestas en el otro. Sólo Jesús encontró un
motivo de regocijo en la “calamidad” de su crucifixión.
Así que los
discípulos derramaron sus corazones ante el Extraño, el cual les respondió
explicándoles cómo el sufrimiento precede a la gloria y mostrándoles mediante
iluminación de las Escrituras que los propósitos de Dios estaban siendo
cumplidos, incluso en medio de lo que parecía ser una tragedia. ¡Cómo anhela
Jesús hacer lo mismo con usted! Anhela abrir sus ojos para que pueda
reconocerle en los momentos oscuros de su vida, quiere hacer arder su corazón
dentro de usted, cambiando su temor, culpa y enojo por su gloriosa fe, esperanza
y amor.
Sólo Dios puede
transformar el corazón; sólo yendo a Él tendrá lugar esta purificación; sólo
haciendo lo que los discípulos de Emaús hicieron podemos ser sanados, y no sólo
debemos derramar nuestros corazones ante Él sino también escuchar su respuesta.
Cuando las circunstancias parezcan malas y nos preguntemos si las cosas están
fuera de control, Él dice: “Tened paz. Aún estoy en mi trono”. Lo que a
nosotros nos parece una calamidad, no lo es para Él. El Calvario no fue un
desastre, no fueron hombres malvados fuera de control, aunque parecía así a los
ojos físicos, y esto es lo que es tan maravilloso de Dios, que Él es lo
suficientemente grande como para tomar a los hombres malvados y sacar de ellos su mejor propósito para
nosotros. Él puede llevar a cabo su voluntad para nosotros sin importar lo que
el hombre escoja hacer. No sé cómo lo hace, yo tan sólo le alabo y le adoro
porque sea así.
¿Recuerda a José y
las pruebas que tuvo que soportar, la mayoría de ellas llevadas a cabo
por hombres y mujeres malvados de su alrededor? ¿Cuál fue su evaluación de su
vida? “Vosotros pensasteis hacerme mal, pero Dios lo tornó en bien” (Gn.
50:20). Los hermanos de José fueron motivados por la ira, el enojo, los celos y
la amargura, y a la vez Dios usó sus maldades para llevar a cabo sus
propósitos. Ve, Dios es amor. El amor está reinando en el universo, y el amor
es más poderoso que cualquier arma forjada contra él.
Resumen
“Bienaventurados
los de limpio corazón, pues ellos verán a Dios.” Cuando vemos a Dios con los
ojos de nuestro corazón, en la naturaleza, sosteniendo toda la materia, en
nuestro crecimiento espiritual, en todas nuestras circunstancias (“buenas” y
“malas”), en pocas palabras, en todo, nuestros corazones se vuelven puros y
completos, pero sólo podemos ver a Dios por medio de la revelación. Por lo
tanto debemos orar para que los ojos de nuestro corazón sean iluminados,
debemos derramar nuestros corazones ante Él y debemos escuchar su respuesta. En
el siguiente capítulo repasaremos brevemente algunas claves principales que
podrán ayudarnos a discernir su voz más claramente dentro de nuestros
corazones.
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